Thursday, March 02, 2006

"VIVO MI VIDA. NO LA CUENTO".

(Publicado en CARAS-Chile, 1990).
A María Félix, la gran estrella del cine latino del siglo XX, cuando le preguntan su edad, responde: “Mire usted, yo he estado muy ocupada viviendo mi vida y no he tenido tiempo de contarla”. A los amigos no teme confesar que tiene 76 años, y debemos decir que es hermosa intemporalmente, en manera indescifrable. Nos dice que la han invitado de todos los países de América a presentar sus películas, “he estado en casi todos, y en algunos varias veces, como en Argentina, donde viví un tiempo, y en Chile, donde he ido oficialmente y en viajes privados para disfrutar de Portillo en plena cordillera frente a Santiago. También visité algunas islas de la Polinesia chilena, Rapa Nui, el archipiélago de Juan Fernández... Me gustó mucho también Perú. La primera vez estuve en Lima. Y volví en un segundo viaje a Machu-Picchu. Luego fui a Ecuador; Quito es pequeño y muy lindo, yo diría que bastante parecido a nuestra provincia mexicana. En Venezuela, Caracas, en cambio, me pareció muy moderno; también Bogotá en Colombia, me pareció una ciudad magnífica. He estado en Brasil, y casi todo centroamérica... de toda América me han invitado y aunque no siempre pude aceptar por mis compromisos de trabajo, debo decir que estoy muy orgullosa de que mis películas se conozcan tan bien. Mi relación con el público es una relación única, la más importante de mi vida”.
El fuerte de María Félix no es la actuación misma; los elementos decisivos de su arte se basan en el clima dramático que ella crea en sus películas, un clima lleno de inspiración, y en el hondo apasionamiento sensual que sabe insuflar incluso a papeles insípidos, confiriéndoles de esta manera una vida ardiente a sus personajes; ella sabe apresar la carga secreta de la cámara, que la ama, captando la atmósfera interior de los sucesos. No necesita expresar la mecánica del análisis psicológico anterior y posterior a su personaje, ni esa actuación de laboratorio, válida sin duda, a la que permanecen fieles otros grandes artistas para conseguir los mismos efectos. Todo brota en sus roles de una energía íntima, hondamente personal y femenina, intuición artística que para manifestar ocupa un mínimo de palabras, y que se ofrece toda entera en una alusión, en el gesto esbozado, en el arte de la sugerencia, en la dirección que apuntan enigmáticos sus pensamientos. Es una estrella y vive como tal, seis meses en París, y seis meses en su mansión de la Ciudad de México, donde conversamos con ella, a quien he tenido oportunidad de frecuentar algunas veces. Ubicada en la zona de Polanco, (mantiene otra casa en Cuernavaca), la sala principal es perfecta para la espera. Todo indica que ella es una mujer que ha vivido de acuerdo con su propia fantasía. Alfombras de seda, mármol, muebles de maderas únicas y metales labrados, finísimos, pinturas... María con alas de murciélago, envuelta en un rebozo, emergiendo de la niebla; María reflejada en sí misma en un juego de espejos con 46 ojos al acecho, renaciendo como el ave Fénix, aquél ave cuya ley está dentro de sí misma. Ella es una conjunción de perfectos entusiasmos y rigurosos desdenes. María tiene un jardín con un perico que grita eufórico “¡Cristo ha nacido! ¡Cristo ha nacido!” La Doña es una anfitriona encantadora, ocupada de ofrecer lo mejor de sí misma y nunca ocupada en comentarios de alguien que no esté presente. Cuando alguno en su presencia dice algo que la molesta, simplemente cambia el tema. Confía en que la mejor receta en su vida ha sido la amistad, “que en mi vida ha sido una forma del amor”. Le encanta invitar a sus amigos a jugar cartas y cuando sale a un evento público un séquito la acompaña. Le pregunto si es posible recordar una amistad importante en su vida. Responde:
-¿Por qué no?. Cuando estaba filmando "Río Escondido", en Tulpetlac, un pueblito pintoresco cerca del Distrito Federal, mi vida se cruzó con la de uno de los mejores amigos que he tenido: Diego Rivera, quien llegó para hacer un dibujo que se utilizaría en la cinta. De él te voy a hablar: Diego era el ser más encantador, inteligente y bondadoso que existe en mi pasado amistoso. Tan pronto como fuimos presentados, sentí que nació entre nosotros una amistad instantánea. Ese mismo día, al regresar al Distrito, me invitó al Hotel Del Prado para ver unos frescos que había pintado, y que tanto escándalo causaban porque incluyó en ellos la frase: "Dios no existe". A mí, fuera de esto, me parecieron unos frescos maravillosos. Pero mejor me pareció el hombre que había creado aquella obra. Maestro ya consagrado, con sus amigos era un niño bromista y mentiroso, lleno de ilusiones y pronto a reaccionar con la conmovedora espontaneidad de un niño.
-El retrato que le pintó hoy es clásico...
-Eso dicen. Me gusta porque me recuerda a Diego; está el cuadro en la biblioteca y me agrada verlo por eso, para mi no tiene otro valor que el recuerdo de Diego. Cuando quiso pintarme, acepté de inmediato. Posé para él durante muchas horas en diversos días, mientras él me enseñaba infinidad de cosas a fin de que no me aburriera. Me contaba una infinidad de mentiras que sólo él podía hilvanar: creo sinceramente que era el hombre más divinamente embustero que he conocido. Me hablaba de sus largas entrevistas con Stalin, a quien nunca conoció. Me describía batallas que nunca había librado. Me narraba sus aventuras entre caníbales africanos, y aseguraba tener pruebas de que el mariscal Erwin Rommel era hijo de Pancho Villa. Diego fundaba esta última mentira en el hecho, según él verídico, de que la madre de Rommel había vivido en Tampico durante la revolución mexicana de 1910, y aseguraba que la táctica de Rommel en Africa era copia de la de Pancho Villa. Lo quise una enormidad como amigo y lo admiré como artista.
-¿Fue usted amiga de Frida Kahlo?
-Por supuesto. Fuimos grandes amigas y siempre fue encantadora conmigo. Diego nos presentó. La primera vez que nos vimos, naturalmente, Diego le dijo que con la única mujer que la engañaría sería conmigo, lo que nunca ocurrió, por supuesto. Aunque parezca extraño a quienes no tuvieron el placer de conocerla, Frida decía que era de lo más normal que su marido me adorara. Era ella toda bondad. En su corazón no había sitio para los celos. Amaba con ternura a Diego y veía en él a un ser sobrenatural, digno de ser amado y admirado tanto como Diego la amaba y admiraba a ella. Diego admiraba mucho la pintura de Frida, que a mí siempre me pareció excepcional.
-¿Cómo afectaba a Frida Kahlo su condición de inválida?
-Por su condición, Frida podía ver las cosas de manera más espiritual, y comprender e identificarse con los dolores de sus amigos. La amistad que mantuve con Diego y Frida fue una cosa sin precedente en mi vida, una experiencia libre de convencionalismos, una amistad desprovista de intereses, que elevaba mi ánimo hasta lo espiritual cada vez que nos juntábamos. En casa de ellos conocí a Gabriela Mistral, que era muy amiga de Diego: él era el único que se atrevía a hacerle bromas, que la Mistral celebraba de muy buen humor. Como esta entrevista saldrá en Chile, quiero anotar que Gabriela Mistral es la mujer más interesante que he conocido. No fuimos amigas constantes, pero la vi tres o cuatro veces en casa de Diego, donde, en verdad todos los que allí estábamos nos dedicábamos a escucharlos hablar. Ella era sabia. ¿Sabes que fumaba? Yo cuando la vi a ella fumar en público, me decidí a hacerlo, nunca tuve otro vicio. La Mistral decía que no hay ningún secreto donde alguien fuma. Después de conocerla a ella me hice más silenciosa y aprendí a escuchar a los intelectuales, aunque siempre los libros han sido para mi una buena compañía. La Mistral era muy dulce dentro de su aparente dureza, que era la primera impresión por su forma de vestir, diría yo, porque no era fea, tenía unos ojos muy lindos, de color verde o azul, creo yo, pero cuando hablaban con Diego uno se olvidaba de cualquier otra cosa, solo escuchábamos lo que ellos hablaban, olvidándose del mundo; ella tenía muy buen sentido del humor. También en casa de Diego me presentaron al chileno Tito Davison, que me dirigió en "Que Dios me perdone" (1948). Con Diego Rivera y Frida Kahlo nos veíamos muy seguido. Más allá de toda dimensión de tiempo o sucesos permanecen ellos en mi vida, porque la amistad supera el tiempo y la distancia de la muerte, así la entiendo.
-¿Cómo fue su relación con Agustín Lara?
-Nos conocimos durante la filmación de "La china poblana". El galán era Tito Novaro, amigo íntimo de Agustín, quien, al enterarse de mi admiración por su música, prometió presentármelo. Y cumplió su promesa. Me sentí encantada porque charlamos los tres como viejos amigos cuando llegó a vernos al set. Al final los invité a cenar a mi casa el sábado siguiente, despidiéndome con la ilusión de que el maestro Lara iría a visitarme. Yo lo admiraba mucho más de lo que él creyó siempre. El caso es que ese día sábado me indicaron que "Doña Bárbara" estaba concluida y que la podría ver en una exhibición privada. Por supuesto, me interesaba ver mi película y olvidé por completo la cita, sin embargo, al salir de casa me encontré en la puerta con Tito y Agustín, y tuve que confesarles que estaba tan entusiasmada que había olvidado por completo la cita. Agustín rió de buena gana, y propuso que fuéramos juntos a ver la cinta y luego a cenar. Vimos la cinta y me llenaron de elogios, que yo creí desmerecidos, pero, en verdad me gustó la película, aunque fuera mía. Fuimos a un restaurante y luego Agustín nos llevó a la casa de unos amigos suyos donde tocó el piano y cantó hasta muy tarde. Al final de la velada ya sentía una fuerte atracción por él. Pronto se hizo evidente que la atracción era recíproca: nos comenzamos a ver con frecuencia y me colmó de regalos. Finalmente llegó a mi casa un lindo piano blanco, con una tarjetita en que se leía: "En este piano tocaré mis hermosas melodías para la mujer más hermosa del mundo". Era muy gentil, por supuesto”.
México es tierra de leyendas. Y la leyenda no es sino el perfume del pensamiento. En las comunidades de nuestros pueblos es el ejercicio del espíritu en el afán de evitar que su vuelo se atrofie. Y lo hermoso de este ejercicio de las alas es que gira en torno de sus propios dioses, sus propias montañas y sus propios arquetipos personales. Pero el hombre no inventa estos personajes por el puro placer de inventar. Los forja a la medida de sus sueños. Y la leyenda de María es necesaria para los espectadores que la idolatran en una sala oscura, donde cada uno la moldea en proporción a sus ideales. Ella dice que “ser María Félix no es nada fácil”. Le pregunto finalmente cómo desea quedar en el recuerdo de los hombres que lean esta entrevista, y dice:
-Que sepan los hombres que están todos destinados a llevar siempre a cuestas un fantasma de mujer. No en la imaginación, sino circulando en la sangre”.

Derecha: María Félix, por Max Clemente, CARAS-Chile. Para esta Entrevista.
© Waldemar Verdugo Fuentes.
FUENTE: Archivo VOGUE / Archivo Artes e Historia-México.
"María nació dos veces : sus padres la engendraron y ella, después, se inventó a sí misma." (Octavio Paz)
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